Yenny Hernández Valdés / La Habana, 2017.

 “El cambio de personalidad es una lucha cotidiana en la que uno se revela contra su propia determinación de cambiar, y quiere seguir siendo uno mismo”. 

Gabriel García Márquez.

“Cuando todo calla el cuerpo habla en silencio”. 

Norman O. Brown.

¡Nacemos hembras y estaremos condicionadas por el accionar del hombre!

¡Nacemos varones y debemos proyectarnos como sujetos duros, invencibles y sin lágrimas!

¿No hay términos más allá de hembras y varones? ¿Y si no quiero ser hembra? ¿Y si no quiero ser varón?

¿Entonces…qué soy? ¿Seré un hijo de Onán[1]?

Nacemos, crecemos y somos educados desde una perspectiva hetero-normativa que nos condiciona ante la vida a partir de los tradicionales conceptos de lo “masculino” y lo “femenino”. Y es en función de ello que nos proyectamos para con la sociedad. ¿Qué soy? ¿Y este deseo que ha despertado en mí? ¿Por qué me gusta fulana(o) si somos del mismo sexo? ¿Estaré loca(o)? ¿Esto no me puede estar pasando, o sí? ¿Y ahora qué hago?…Estas y muchísimas más son las interrogantes que comienzan a bullir, como agua hirviendo, en nuestras cabezas cuando empezamos a vernos de manera diferente a como nos enseñan –casi obligadamente– desde bien pequeños.

Si queremos abrirnos al mundo asumiendo nuestra identidad psico-sexual, debemos hacerlo; si queremos recostarnos desnudos sobre sábanas rojas propensas al deseo y la excitación, ya sea solos o con alguien del mismo sexo, debemos hacerlo… No es pretender imponerse, pero tampoco someterse a lo preestablecido. Estamos en un momento de contemporaneidad y apertura mental en el que podemos confluir todos como un enjambre diverso, mas no retorcido. La aceptación comienza por ser el primer paso de un peldaño posible de superar en la sociedad, como se procuró en una de las marchas del orgullo LGBT: “¡Derechos iguales! Ni más ni menos”[2].

Sin lugar a dudas, la fotografía constituye un recurso competente para muchos artistas intervenir y discursar al respecto en los tiempos que corren. El registro sociológico y cultural resulta un camino eficiente para lanzar inquietudes y proponer soluciones o vías de interpretación sobre temas picantes en el devenir del sujeto contemporáneo. La ganancia de las producciones de muchos de los fotógrafos es la fuerte provocación que de ellas emana. Los enfoques sugerentes, el manejo de los encuadres y el dominio de la técnica ofrecen luces de una solidez manifiesta en la producción cubana más reciente.

Contamos en nuestro haber fotográfico con una joven artista que se ha dedicado desde sus primeros pasos a indagar sobre problemáticas sociales de índole feminista, sexual, sobre aspectos heteros y homos y su consecuente incidencia en la sociedad contemporánea, tomando como medio para ello la fotografía. Yanahara Mauri Villarreal (La Habana, 1984) opta por imbricar sus turbaciones artísticas y personales en la imagen fotográfica de manera consciente y para nada gratuita. Se proyecta desde una postura provocadora, con un criterio visual y conceptual sólidos; en función de sugerir, persuadir y desafiar al espectador, pretendiendo diluir las fronteras entre lo establecido y lo prohibido.

Siguiendo sus percepciones bajo un criterio curatorial, Yanahara Mauri inaugura otra exposición personal, pero esta vez con lo más reciente de su producción, titulada Hijos de Onán. “Este ensayo fotográfico oscila entre la ficción y lo real, se convierte en metáfora, para ofrecer un panorama plagado de intérpretes que encarnan una zona del ser muchas veces prohibida y oculta. Aíslo y disuelvo ese constructo jerárquico sexo-género-sexualidad preestablecido e impuesto por la hetero-norma del poder, ligado a los conceptos de Hombre o Mujer, para ofrecer otras miradas desviadas de sus lógicas”[3].

La fotografía de Yanahara es fuertemente expresiva y los elementos conformadores de la escenografía impactan visualmente en el espectador. Manipula el cuerpo a conciencia sin pretensiones de suavizar o endulzar el tema abordado. Ofrece puntos de vistas diversos sobre cuestiones feministas, sexuales y eróticas sin pretender imponer su discurso; que, si bien lo hace de un modo crudo en términos visuales, también deja abierto el camino a otras posibles interpretaciones. En este sentido, se hace explícita en ella la voluntad por diluir los límites entre el morbo, lo establecido y lo resistido en la sociedad cubana actual, asumiendo una postura desafiante para ello.

Cuando nos enfrentamos a Hijos de Onán (vale acotar que no solo es un título que responde a su muestra personal, sino a una serie aún en proceso de trabajo que comenzó desde el año 2010), nos encontramos ante una diversidad de elementos y objetos que confluyen de manera interesante: una noche estrellada, unos cascos de cosmonautas o motociclistas que no dejan ver con claridad el rostro de quien está debajo, un abrazo sensual a la vez que temeroso que se vislumbra por la suavidad del roce de unas manos femeninas sobre el cuerpo de su compañera (Una noche o una mañana cualquiera, 2014); también nos encontramos en el recorrido una suerte de re-proyección / re-semantización de íconos de la Historia del Arte con una pieza titulada El joven del turbante (2016), concebida a toda conciencia con una actitud arlequinesca, de soberbia expresión y frescura corporal tendido sobre túnicas rojas –un color consabido al apetito sexual y la lujuria– y que nos mira atrevidamente como invitándonos a participar junto a él de esa intimidad, que sin vacilaciones bien pudiera convertirse en una bacanal en la que confluyan todas las orientaciones, todas las determinaciones, los sexos y los deseos. Pero también llama la atención un objeto punzante (que me recuerda una especie de tenedor) que hinca un pezón, dándome la idea de que lo toma, lo saborea y lo vuelve a hincar, pero no se detiene ahí, sube hasta la boca, atrapa la lengua e intenta dominarla: gusto y dolor se perciben y se sienten a la vez en su díptico Métodos para aniquilar el deseo (2015).

En las obras el cuerpo es proyectado generalmente en su estado más supremo de revelación anatómica y se distingue la voluntad de una postura crítica, de tintes perspicaces que atrapan al espectador en una red de intercomunicación exegética necesaria para ambas partes implicadas. Una especie de pancarta-mural titulada Las lesbianas no son mujeres (2016) atrapa la visualidad del receptor mientras camina entre estas piezas. ¡Pervertida!, so puerca, morbosa, tuerca, prefiero una hija puta, lesbiana, tortillera, (…) son algunos de los textos que, a primera vista, impactan crudamente, acompañados por un cuerpo femenino que se presenta de espaldas, ligeramente ladeado, y que mira fijamente a aquel que lee tales sentencias. La manipulación corporal a conciencia pretende generar una suerte de limbo para dialogar al respecto, en función de una escenografía igualmente manipulada.

La artista capta y presenta un estadío de desarrollo del sujeto femenino desde una perspectiva hiriente y realista. Analizo esta pieza en particular y la muestra en general desde una posición participativa y de intercambio, más que contemplativa meramente. Bien puede convertirse en una obra que trascienda más allá de los marcos bidimensionales propios de la fotografía, para en este caso continuar con la intervención de opiniones ya no desde la humillación tal cual, sino como grito común en pos de la tolerancia y la confluencia sana. De eso no queda dudas siempre que somos partícipes de la producción fotográfica de Yanahara Mauri.

Citas:
[1] Onán es un personaje bíblico (Libro Génesis), segundo hijo de Judá. Su nombre es el origen del término sexual “onanismo”, usado como sinónimo de masturbación y haciendo referencia al coito interrumpido. La historia cuenta que después de que su hermano Er falleciera, Onán debía casarse con su viuda Tamar, tal y como dictaba la ley judía. Según la Biblia, cada vez que tenía una relación sexual con su cuñada, eyaculaba sobre la tierra porque, según la ley de su tiempo, un hijo suyo con Tamar no sería considerado legítimo, sino un niño tardo de su hermano, el cual heredaría los derechos de la progenitura y desplazando a Onán a un segundo lugar. Como respuesta a este acto, Dios le quitó la vida a Onán.
[2] Lema de la Marcha del orgullo LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgéneros) del año 2005 en Sao Paulo: Unión civil, YA. Derechos iguales! Ni más ni menos.
[3] Mauri Villarreal, Yanahara. Palabras al catálogo de la exposición Hijos de Onán, de la fotógrafa Yanahara Mauri Villarreal. Exposición personal de fotografía. DNasco Estudio. Del 20 al 30 de abril de 2017. La Habana, Cuba.
Notas:
Cada artículo expresa exclusivamente las opiniones, declaraciones y acercamientos de sus autores y es responsabilidad de los mismos. Los artículos pueden ser reproducidos total o parcialmente citando la fuente y sus autores.
Sobre la autora:
Yenny Hernández Valdés es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Trabaja como especialista en Promoción Cultural en el Palacio del Segundo Cabo: Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales entre Cuba y Europa. Ganó una Mención honorífica otorgada por la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA) en el concurso Incentivo a Jóvenes Críticos 2016. Textos suyos pueden encontrarse en el boletín Noticias de Arte Cubano, Cuban Art News, CdeCuba, Art on Cuba, La Jiribilla, entre otros.
Imágenes destacadas en el artículo:
Yanahara Mauri Villarreal. Butterfly, 2014. © Yanahara Mauri Villarreal. Cortesía de la artista.

Yenny Hernández Valdés / La Habana, 2017.

 “El cambio de personalidad es una lucha cotidiana en la que uno se revela contra su propia determinación de cambiar, y quiere seguir siendo uno mismo”. 

Gabriel García Márquez.

“Cuando todo calla el cuerpo habla en silencio”. 

Norman O. Brown.

¡Nacemos hembras y estaremos condicionadas por el accionar del hombre!

¡Nacemos varones y debemos proyectarnos como sujetos duros, invencibles y sin lágrimas!

¿No hay términos más allá de hembras y varones? ¿Y si no quiero ser hembra? ¿Y si no quiero ser varón?

¿Entonces…qué soy? ¿Seré un hijo de Onán[1]?

Nacemos, crecemos y somos educados desde una perspectiva hetero-normativa que nos condiciona ante la vida a partir de los tradicionales conceptos de lo “masculino” y lo “femenino”. Y es en función de ello que nos proyectamos para con la sociedad. ¿Qué soy? ¿Y este deseo que ha despertado en mí? ¿Por qué me gusta fulana(o) si somos del mismo sexo? ¿Estaré loca(o)? ¿Esto no me puede estar pasando, o sí? ¿Y ahora qué hago?…Estas y muchísimas más son las interrogantes que comienzan a bullir, como agua hirviendo, en nuestras cabezas cuando empezamos a vernos de manera diferente a como nos enseñan –casi obligadamente– desde bien pequeños.

Si queremos abrirnos al mundo asumiendo nuestra identidad psico-sexual, debemos hacerlo; si queremos recostarnos desnudos sobre sábanas rojas propensas al deseo y la excitación, ya sea solos o con alguien del mismo sexo, debemos hacerlo… No es pretender imponerse, pero tampoco someterse a lo preestablecido. Estamos en un momento de contemporaneidad y apertura mental en el que podemos confluir todos como un enjambre diverso, mas no retorcido. La aceptación comienza por ser el primer paso de un peldaño posible de superar en la sociedad, como se procuró en una de las marchas del orgullo LGBT: “¡Derechos iguales! Ni más ni menos”[2].

Sin lugar a dudas, la fotografía constituye un recurso competente para muchos artistas intervenir y discursar al respecto en los tiempos que corren. El registro sociológico y cultural resulta un camino eficiente para lanzar inquietudes y proponer soluciones o vías de interpretación sobre temas picantes en el devenir del sujeto contemporáneo. La ganancia de las producciones de muchos de los fotógrafos es la fuerte provocación que de ellas emana. Los enfoques sugerentes, el manejo de los encuadres y el dominio de la técnica ofrecen luces de una solidez manifiesta en la producción cubana más reciente.

Contamos en nuestro haber fotográfico con una joven artista que se ha dedicado desde sus primeros pasos a indagar sobre problemáticas sociales de índole feminista, sexual, sobre aspectos heteros y homos y su consecuente incidencia en la sociedad contemporánea, tomando como medio para ello la fotografía. Yanahara Mauri Villarreal (La Habana, 1984) opta por imbricar sus turbaciones artísticas y personales en la imagen fotográfica de manera consciente y para nada gratuita. Se proyecta desde una postura provocadora, con un criterio visual y conceptual sólidos; en función de sugerir, persuadir y desafiar al espectador, pretendiendo diluir las fronteras entre lo establecido y lo prohibido.

Siguiendo sus percepciones bajo un criterio curatorial, Yanahara Mauri inaugura otra exposición personal, pero esta vez con lo más reciente de su producción, titulada Hijos de Onán. “Este ensayo fotográfico oscila entre la ficción y lo real, se convierte en metáfora, para ofrecer un panorama plagado de intérpretes que encarnan una zona del ser muchas veces prohibida y oculta. Aíslo y disuelvo ese constructo jerárquico sexo-género-sexualidad preestablecido e impuesto por la hetero-norma del poder, ligado a los conceptos de Hombre o Mujer, para ofrecer otras miradas desviadas de sus lógicas”[3].

La fotografía de Yanahara es fuertemente expresiva y los elementos conformadores de la escenografía impactan visualmente en el espectador. Manipula el cuerpo a conciencia sin pretensiones de suavizar o endulzar el tema abordado. Ofrece puntos de vistas diversos sobre cuestiones feministas, sexuales y eróticas sin pretender imponer su discurso; que, si bien lo hace de un modo crudo en términos visuales, también deja abierto el camino a otras posibles interpretaciones. En este sentido, se hace explícita en ella la voluntad por diluir los límites entre el morbo, lo establecido y lo resistido en la sociedad cubana actual, asumiendo una postura desafiante para ello.

Cuando nos enfrentamos a Hijos de Onán (vale acotar que no solo es un título que responde a su muestra personal, sino a una serie aún en proceso de trabajo que comenzó desde el año 2010), nos encontramos ante una diversidad de elementos y objetos que confluyen de manera interesante: una noche estrellada, unos cascos de cosmonautas o motociclistas que no dejan ver con claridad el rostro de quien está debajo, un abrazo sensual a la vez que temeroso que se vislumbra por la suavidad del roce de unas manos femeninas sobre el cuerpo de su compañera (Una noche o una mañana cualquiera, 2014); también nos encontramos en el recorrido una suerte de re-proyección / re-semantización de íconos de la Historia del Arte con una pieza titulada El joven del turbante (2016), concebida a toda conciencia con una actitud arlequinesca, de soberbia expresión y frescura corporal tendido sobre túnicas rojas –un color consabido al apetito sexual y la lujuria– y que nos mira atrevidamente como invitándonos a participar junto a él de esa intimidad, que sin vacilaciones bien pudiera convertirse en una bacanal en la que confluyan todas las orientaciones, todas las determinaciones, los sexos y los deseos. Pero también llama la atención un objeto punzante (que me recuerda una especie de tenedor) que hinca un pezón, dándome la idea de que lo toma, lo saborea y lo vuelve a hincar, pero no se detiene ahí, sube hasta la boca, atrapa la lengua e intenta dominarla: gusto y dolor se perciben y se sienten a la vez en su díptico Métodos para aniquilar el deseo (2015).

En las obras el cuerpo es proyectado generalmente en su estado más supremo de revelación anatómica y se distingue la voluntad de una postura crítica, de tintes perspicaces que atrapan al espectador en una red de intercomunicación exegética necesaria para ambas partes implicadas. Una especie de pancarta-mural titulada Las lesbianas no son mujeres (2016) atrapa la visualidad del receptor mientras camina entre estas piezas. ¡Pervertida!, so puerca, morbosa, tuerca, prefiero una hija puta, lesbiana, tortillera, (…) son algunos de los textos que, a primera vista, impactan crudamente, acompañados por un cuerpo femenino que se presenta de espaldas, ligeramente ladeado, y que mira fijamente a aquel que lee tales sentencias. La manipulación corporal a conciencia pretende generar una suerte de limbo para dialogar al respecto, en función de una escenografía igualmente manipulada.

La artista capta y presenta un estadío de desarrollo del sujeto femenino desde una perspectiva hiriente y realista. Analizo esta pieza en particular y la muestra en general desde una posición participativa y de intercambio, más que contemplativa meramente. Bien puede convertirse en una obra que trascienda más allá de los marcos bidimensionales propios de la fotografía, para en este caso continuar con la intervención de opiniones ya no desde la humillación tal cual, sino como grito común en pos de la tolerancia y la confluencia sana. De eso no queda dudas siempre que somos partícipes de la producción fotográfica de Yanahara Mauri.

Citas:
[1] Onán es un personaje bíblico (Libro Génesis), segundo hijo de Judá. Su nombre es el origen del término sexual “onanismo”, usado como sinónimo de masturbación y haciendo referencia al coito interrumpido. La historia cuenta que después de que su hermano Er falleciera, Onán debía casarse con su viuda Tamar, tal y como dictaba la ley judía. Según la Biblia, cada vez que tenía una relación sexual con su cuñada, eyaculaba sobre la tierra porque, según la ley de su tiempo, un hijo suyo con Tamar no sería considerado legítimo, sino un niño tardo de su hermano, el cual heredaría los derechos de la progenitura y desplazando a Onán a un segundo lugar. Como respuesta a este acto, Dios le quitó la vida a Onán.
[2] Lema de la Marcha del orgullo LGBT (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgéneros) del año 2005 en Sao Paulo: Unión civil, YA. Derechos iguales! Ni más ni menos.
[3] Mauri Villarreal, Yanahara. Palabras al catálogo de la exposición Hijos de Onán, de la fotógrafa Yanahara Mauri Villarreal. Exposición personal de fotografía. DNasco Estudio. Del 20 al 30 de abril de 2017. La Habana, Cuba.
Notas:
Cada artículo expresa exclusivamente las opiniones, declaraciones y acercamientos de sus autores y es responsabilidad de los mismos. Los artículos pueden ser reproducidos total o parcialmente citando la fuente y sus autores.
Sobre la autora:
Yenny Hernández Valdés es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Trabaja como especialista en Promoción Cultural en el Palacio del Segundo Cabo: Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales entre Cuba y Europa. Ganó una Mención honorífica otorgada por la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA) en el concurso Incentivo a Jóvenes Críticos 2016. Textos suyos pueden encontrarse en el boletín Noticias de Arte Cubano, Cuban Art News, CdeCuba, Art on Cuba, La Jiribilla, entre otros.
Imágenes destacadas en el artículo:
Yanahara Mauri Villarreal. Butterfly, 2014. © Yanahara Mauri Villarreal. Cortesía de la artista.