Juan Antonio Molina / DF México, 2014.

…sólo quien abandona el laberinto puede ser dichoso, pero sólo quien es dichoso puede escapar de él. Michel Ende. El espejo en el espejo.

Para Gabriela Álvarez

Quiero comenzar con dos recuerdos que tal vez son dos sueños. En el primero yo tengo alrededor de 10 años y estoy en la cama de mis padres, el día de mi cumpleaños, sufriendo de un resfriado que me ha causado una fiebre ligera. Mi madre ha salido a comprar juguetes, de acuerdo a una perversa disposición burocrática que sólo permite comprar tres juguetes para cada niño, una vez al año. Al regresar, trae una bolsa voluminosa, llena de libros. Yo me fijo en que ella calza unos zapatos viejos y gastados. Lo recuerdo como uno de los días más felices de mi infancia.

En el otro recuerdo hay una niña sentada en un restaurante cuyas paredes están cubiertas de espejos. La niña descubre que desde cierta posición puede ver el reflejo recíproco de los espejos, creando una especie de laberinto vertiginoso y fascinante. No voy a tratar de explicarme cómo puede encajar la niña del segundo recuerdo en el primero, pero estoy convencido que si no fuera por mi amor a los libros esa niña nunca hubiera llegado a mi vida.

La literatura es el arte que más placeres me ha otorgado. Probablemente la lectura y la escritura han sido las actividades que más consistentemente formaron mi personalidad. A estas alturas debo reconocer que incluso mi atracción por la fotografía proviene de que en ella encuentro un potencial narrativo (fabulatorio, sobre todo) y una cualidad simbólica (que a veces llamamos poética) que acerca a la fotografía y la literatura de un modo muy diferente a como ocurre con otras expresiones de las artes visuales. Tal vez la peculiar relación de la fotografía con el lenguaje se deba a su conexión con la cotidianidad. La fotografía nos incita a renombrar las cosas sencillas, a relatar los acontecimientos mínimos, a preservar las palabras que aluden a algo inmediato.

La fotografía clama por el lenguaje y al mismo tiempo lo reta. De pronto invita a callar o simplemente aparece como una representación del silencio. Uno de los efectos más interesantes que tiene el ensayo Apostillas, de Mina Bárcenas, es que, pese a su estrecha relación con las palabras, cada foto, vista individualmente, posee un mutismo elemental. Y sin embargo, son fotos “inspiradas” por la literatura.

En este proyecto, Mina Bárcenas reúne una serie de fotografías hechas a partir del recuerdo de algunos de los libros que ha leído durante su vida. No creo que hayan tenido que ser los más importantes o los que más le hayan gustado. Es muy probable que las fuentes sean las que fueron capaces de generar recuerdos más gáficos. En ese sentido, las fotos no se refieren tanto a las historias leídas como a los rastros imaginarios que las lecturas han podido dejar en la memoria de la fotógrafa.

Con Apostillas, Mina Bárcenas continua desarrollando lo que ya es, evidentemente, la preocupación principal de su obra: la relación entre las palabras y las fotografías. Es decir, sigue experimentando con las distintas variantes de producción de la fotografía como texto. Una vez tomadas las fotos, Mina le pidió a algunos amigos artistas y escritores que leyeran los mismos libros que ella estaba citando y escribieran sus propios ensayos o poemas o relatos breves, atendiendo tanto a los libros leídos como a las fotos que ella había producido. Es como si la escritura de sus colaboradores estableciera una nueva conexión entre sus fotos y los libros, ocupando unos intersticios dejados ahí a propósito para generar nuevas zonas de rozamiento y goce (fricción y fruición).

No puedo decir esto sin recordar las imágenes que evoca Roland Barthes en El placer del texto, un ensayo que privilegia el lugar erótico de la fisura y la fugacidad: “…es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (…) es ese centelleo el que seduce…” Así también podemos captar el erotismo de estas maniobras transtextuales que elabora Mina Bárcenas. Como en cualquier ménage à trois, es en el espacio intermedio (espacio necesariamente intercambiable) donde se concentra con mayor intensidad el placer: el placer de la escritura que se abre paso entre la foto y el libro, el placer de la fotografía que viene ceñido entre la escritura y la lectura; el placer del texto que se recuerda, apareciendo intermitente entre dos nuevos textos.

Bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto, nos dice Borges en su espléndida disertación sobre la pesadilla. La misma imagen está presente en un libro de Michel Ende: El espejo en el espejo, cuyo protagonista “no sueña nada y no tiene recuerdos propios.”

Hacer un texto a partir de otro texto es como poner un espejo frente a otro. El primer espejo se refleja en el segundo, reflejando al segundo que se refleja en el primero; cada vez con un tamaño menor, cada vez más oscuros. Hay una ilusión de distancia, que es también una ilusión de infinito. Pero lo infinito no garantiza la supervivencia. Lo infinito es más bien una especie de muerte. ¿Puede hablarse de la muerte de un texto? ¿De la muerte de un texto en otro? Pequeña muerte, digo, por utilizar una imagen más cercana a la idea del placer.

“La puesta en escena de una aparición-desaparición” -dice Roland Barthes, refiriéndose a ese destello de piel que vislumbramos fugazmente en el borde de la ropa. Apostillas es la puesta en escena de la lectura. Es la dramaturgia de las desapariciones de unos textos en otros. De su multiplicación y su lejanía. A esa puesta en escena alude Mina Bárcenas cuando habla de sus fotografías como “ficciones” y metáforas visuales”. La metáfora aparece y desaparece en esa zona de roce entre un texto y otro. Su poder de seducción radica en su discontinuidad y en su inconstancia.

En su enjundioso ensayo sobre el símbolo en el sistema de la cultura, Iuri Lotman nos propone que entendamos la reminiscencia como algo que va “del texto a la profundidad de la memoria”. En las fotografías de Mina Bárcenas este fluir –que no es necesariamente retrospectivo- cambia el sentido de lo visual. Lo visual ya no es lo que se ve; no es lo que está retenido por nuestra mirada, sino algo que se escapa en el momento (¿puedo recordar a Lezama?) en que prometía alcanzar su mejor definición. Hay algo esencialmente “visual” en esas fotografías y, sin embargo, parece estar más asociado a su falta de definición o su falta de fijeza. Tal vez sea el resultado de que Mina prefirió trabajar con una cámara estenopeica, lo que otorga una vibración a todo lo fotografiado, aun cuando se encuentre inmóvil. Las fotografías de Apostillas sorprenden por su falta de puntualidad: el foco es inestable, el centro es impreciso, el tiempo es difuso.

En este contexto toda lectura es centrífuga. Una fotografía de un par de zapatos se refiere a la novela El primer hombre, de Camus, pero a mí me recuerda un par de botas viejas, fotografiadas por Weston en Alabama, en el año 1937. Y cada vez que pienso en esas botas vuelvo a recordar las pinturas de zapatos que hacía Van Gogh y que inspiraron a Heidegger para uno de los pasajes más ricos de El origen de la obra de arte, un texto escrito en 1936, justo un año antes de que Weston hiciera la foto de las botas.

Pero en lo que estoy pensando realmente es en los zapatos viejos de mi madre, la tarde que apareció en la recámara con una bolsa llena de libros.

Notas:
Este texto fue tomado de Scribd.
Cada artículo expresa exclusivamente las opiniones, declaraciones y acercamientos de sus autores y es responsabilidad de los mismos. Los artículos pueden ser reproducidos total o parcialmente citando la fuente y sus autores.
Sobre el autor:
Juan Antonio Molina (La Habana, 1965). Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Trabajó como curador de la Bienal de La Habana y curador de la Fototeca Nacional de Cuba. Además, se desempeñó como investigador en el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo. Durante cuatro años fue profesor de la Facultad de Artes Visuales de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Fue editor de Fisura. Revista de literatura y arte. Participó como asesor y escritor en la curaduría y edición del libro Mapas abiertos. Fotografía latinoamericana (1991-2002). Fungió como coordinador de la XIII Bienal de Fotografía 2008 y coordinador del Seminario de Fotografía Contemporánea del Centro de la Imagen, México, 2009. Artículos suyos han aparecido publicados en Alquimia, Aperture, Art Nexus, Arte al día, Arte cubano, Atlántica Internacional de las Artes, C Photo Magazine (Ivory Press), Encuadre, Encuentro de la Cultura Cubana, Extracámara, Fisura, La Jornada Semanal, The Journal of Decorative and Propaganda Arts, Replicante, Reviste de Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe (Universidad de Tel Aviv), Luna Córnea y Tierra adentro, entre otras revistas especializadas. Ha impartido cursos, talleres y conferencias en diferentes instituciones culturales y educativas de Brasil, Canadá, China, Costa Rica, Cuba, España, Estados Unidos, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Polonia y República Dominicana, entre otros países. Actualmente dirige el proyecto Página en blando: curaduría, escritura y pedagogía del arte, y es fundador y curador de Galería PuNcTuM.
Imágenes destacadas en el artículo:
Mina Bárcenas. Al sur de la frontera al oeste del sol, 2010-2012. Serie Apostillas. Fotografía estenopeica y texto. Impresión digital en papel de algodón Hahnemühle y texto en vinilo adhesivo. 60 x 60 cm. © Mina Bárcenas. Cortesía de la artista.
Mina Bárcenas. La breve y maravillosa vida de Oscar Wao, 2010-2012. Serie Apostillas. Fotografía estenopeica y texto. Impresión digital en papel de algodón Hahnemühle y texto en vinilo adhesivo. 60 x 60 cm. © Mina Bárcenas. Cortesía de la artista.
Mina Bárcenas. Lord Jim, 2010-2012. Serie Apostillas. Fotografía estenopeica y texto. Impresión digital en papel de algodón Hahnemühle y texto en vinilo adhesivo. 60 x 60 cm. © Mina Bárcenas. Cortesía de la artista.

Juan Antonio Molina / DF México, 2014.

…sólo quien abandona el laberinto puede ser dichoso, pero sólo quien es dichoso puede escapar de él. Michel Ende. El espejo en el espejo.

Para Gabriela Álvarez

Quiero comenzar con dos recuerdos que tal vez son dos sueños. En el primero yo tengo alrededor de 10 años y estoy en la cama de mis padres, el día de mi cumpleaños, sufriendo de un resfriado que me ha causado una fiebre ligera. Mi madre ha salido a comprar juguetes, de acuerdo a una perversa disposición burocrática que sólo permite comprar tres juguetes para cada niño, una vez al año. Al regresar, trae una bolsa voluminosa, llena de libros. Yo me fijo en que ella calza unos zapatos viejos y gastados. Lo recuerdo como uno de los días más felices de mi infancia.

En el otro recuerdo hay una niña sentada en un restaurante cuyas paredes están cubiertas de espejos. La niña descubre que desde cierta posición puede ver el reflejo recíproco de los espejos, creando una especie de laberinto vertiginoso y fascinante. No voy a tratar de explicarme cómo puede encajar la niña del segundo recuerdo en el primero, pero estoy convencido que si no fuera por mi amor a los libros esa niña nunca hubiera llegado a mi vida.

La literatura es el arte que más placeres me ha otorgado. Probablemente la lectura y la escritura han sido las actividades que más consistentemente formaron mi personalidad. A estas alturas debo reconocer que incluso mi atracción por la fotografía proviene de que en ella encuentro un potencial narrativo (fabulatorio, sobre todo) y una cualidad simbólica (que a veces llamamos poética) que acerca a la fotografía y la literatura de un modo muy diferente a como ocurre con otras expresiones de las artes visuales. Tal vez la peculiar relación de la fotografía con el lenguaje se deba a su conexión con la cotidianidad. La fotografía nos incita a renombrar las cosas sencillas, a relatar los acontecimientos mínimos, a preservar las palabras que aluden a algo inmediato.

La fotografía clama por el lenguaje y al mismo tiempo lo reta. De pronto invita a callar o simplemente aparece como una representación del silencio. Uno de los efectos más interesantes que tiene el ensayo Apostillas, de Mina Bárcenas, es que, pese a su estrecha relación con las palabras, cada foto, vista individualmente, posee un mutismo elemental. Y sin embargo, son fotos “inspiradas” por la literatura.

En este proyecto, Mina Bárcenas reúne una serie de fotografías hechas a partir del recuerdo de algunos de los libros que ha leído durante su vida. No creo que hayan tenido que ser los más importantes o los que más le hayan gustado. Es muy probable que las fuentes sean las que fueron capaces de generar recuerdos más gáficos. En ese sentido, las fotos no se refieren tanto a las historias leídas como a los rastros imaginarios que las lecturas han podido dejar en la memoria de la fotógrafa.

Con Apostillas, Mina Bárcenas continua desarrollando lo que ya es, evidentemente, la preocupación principal de su obra: la relación entre las palabras y las fotografías. Es decir, sigue experimentando con las distintas variantes de producción de la fotografía como texto. Una vez tomadas las fotos, Mina le pidió a algunos amigos artistas y escritores que leyeran los mismos libros que ella estaba citando y escribieran sus propios ensayos o poemas o relatos breves, atendiendo tanto a los libros leídos como a las fotos que ella había producido. Es como si la escritura de sus colaboradores estableciera una nueva conexión entre sus fotos y los libros, ocupando unos intersticios dejados ahí a propósito para generar nuevas zonas de rozamiento y goce (fricción y fruición).

No puedo decir esto sin recordar las imágenes que evoca Roland Barthes en El placer del texto, un ensayo que privilegia el lugar erótico de la fisura y la fugacidad: “…es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (…) es ese centelleo el que seduce…” Así también podemos captar el erotismo de estas maniobras transtextuales que elabora Mina Bárcenas. Como en cualquier ménage à trois, es en el espacio intermedio (espacio necesariamente intercambiable) donde se concentra con mayor intensidad el placer: el placer de la escritura que se abre paso entre la foto y el libro, el placer de la fotografía que viene ceñido entre la escritura y la lectura; el placer del texto que se recuerda, apareciendo intermitente entre dos nuevos textos.

Bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto, nos dice Borges en su espléndida disertación sobre la pesadilla. La misma imagen está presente en un libro de Michel Ende: El espejo en el espejo, cuyo protagonista “no sueña nada y no tiene recuerdos propios.”

Hacer un texto a partir de otro texto es como poner un espejo frente a otro. El primer espejo se refleja en el segundo, reflejando al segundo que se refleja en el primero; cada vez con un tamaño menor, cada vez más oscuros. Hay una ilusión de distancia, que es también una ilusión de infinito. Pero lo infinito no garantiza la supervivencia. Lo infinito es más bien una especie de muerte. ¿Puede hablarse de la muerte de un texto? ¿De la muerte de un texto en otro? Pequeña muerte, digo, por utilizar una imagen más cercana a la idea del placer.

“La puesta en escena de una aparición-desaparición” -dice Roland Barthes, refiriéndose a ese destello de piel que vislumbramos fugazmente en el borde de la ropa. Apostillas es la puesta en escena de la lectura. Es la dramaturgia de las desapariciones de unos textos en otros. De su multiplicación y su lejanía. A esa puesta en escena alude Mina Bárcenas cuando habla de sus fotografías como “ficciones” y metáforas visuales”. La metáfora aparece y desaparece en esa zona de roce entre un texto y otro. Su poder de seducción radica en su discontinuidad y en su inconstancia.

En su enjundioso ensayo sobre el símbolo en el sistema de la cultura, Iuri Lotman nos propone que entendamos la reminiscencia como algo que va “del texto a la profundidad de la memoria”. En las fotografías de Mina Bárcenas este fluir –que no es necesariamente retrospectivo- cambia el sentido de lo visual. Lo visual ya no es lo que se ve; no es lo que está retenido por nuestra mirada, sino algo que se escapa en el momento (¿puedo recordar a Lezama?) en que prometía alcanzar su mejor definición. Hay algo esencialmente “visual” en esas fotografías y, sin embargo, parece estar más asociado a su falta de definición o su falta de fijeza. Tal vez sea el resultado de que Mina prefirió trabajar con una cámara estenopeica, lo que otorga una vibración a todo lo fotografiado, aun cuando se encuentre inmóvil. Las fotografías de Apostillas sorprenden por su falta de puntualidad: el foco es inestable, el centro es impreciso, el tiempo es difuso.

En este contexto toda lectura es centrífuga. Una fotografía de un par de zapatos se refiere a la novela El primer hombre, de Camus, pero a mí me recuerda un par de botas viejas, fotografiadas por Weston en Alabama, en el año 1937. Y cada vez que pienso en esas botas vuelvo a recordar las pinturas de zapatos que hacía Van Gogh y que inspiraron a Heidegger para uno de los pasajes más ricos de El origen de la obra de arte, un texto escrito en 1936, justo un año antes de que Weston hiciera la foto de las botas.

Pero en lo que estoy pensando realmente es en los zapatos viejos de mi madre, la tarde que apareció en la recámara con una bolsa llena de libros.

Notas:
Este texto fue tomado de Scribd.
Cada artículo expresa exclusivamente las opiniones, declaraciones y acercamientos de sus autores y es responsabilidad de los mismos. Los artículos pueden ser reproducidos total o parcialmente citando la fuente y sus autores.
Sobre el autor:
Juan Antonio Molina (La Habana, 1965). Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Trabajó como curador de la Bienal de La Habana y curador de la Fototeca Nacional de Cuba. Además, se desempeñó como investigador en el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo. Durante cuatro años fue profesor de la Facultad de Artes Visuales de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Fue editor de Fisura. Revista de literatura y arte. Participó como asesor y escritor en la curaduría y edición del libro Mapas abiertos. Fotografía latinoamericana (1991-2002). Fungió como coordinador de la XIII Bienal de Fotografía 2008 y coordinador del Seminario de Fotografía Contemporánea del Centro de la Imagen, México, 2009. Artículos suyos han aparecido publicados en Alquimia, Aperture, Art Nexus, Arte al día, Arte cubano, Atlántica Internacional de las Artes, C Photo Magazine (Ivory Press), Encuadre, Encuentro de la Cultura Cubana, Extracámara, Fisura, La Jornada Semanal, The Journal of Decorative and Propaganda Arts, Replicante, Reviste de Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe (Universidad de Tel Aviv), Luna Córnea y Tierra adentro, entre otras revistas especializadas. Ha impartido cursos, talleres y conferencias en diferentes instituciones culturales y educativas de Brasil, Canadá, China, Costa Rica, Cuba, España, Estados Unidos, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Polonia y República Dominicana, entre otros países. Actualmente dirige el proyecto Página en blando: curaduría, escritura y pedagogía del arte, y es fundador y curador de Galería PuNcTuM.
Imágenes destacadas en el artículo:
Mina Bárcenas. Al sur de la frontera al oeste del sol, 2010-2012. Serie Apostillas. Fotografía estenopeica y texto. Impresión digital en papel de algodón Hahnemühle y texto en vinilo adhesivo. 60 x 60 cm. © Mina Bárcenas. Cortesía de la artista.
Mina Bárcenas. La breve y maravillosa vida de Oscar Wao, 2010-2012. Serie Apostillas. Fotografía estenopeica y texto. Impresión digital en papel de algodón Hahnemühle y texto en vinilo adhesivo. 60 x 60 cm. © Mina Bárcenas. Cortesía de la artista.
Mina Bárcenas. Lord Jim, 2010-2012. Serie Apostillas. Fotografía estenopeica y texto. Impresión digital en papel de algodón Hahnemühle y texto en vinilo adhesivo. 60 x 60 cm. © Mina Bárcenas. Cortesía de la artista.